Esa espalda llena de lunares
y sus dedos resbalando
intentando hacer números
donde sólo se podían crear constelaciones;
esas bocas que ya no sólo se contenían
si no que multiplicaban alrededor suyo,
la saliva provocada por el ansia
de lamerse,
como consecuencia del amor;
en aquella alcoba
se podía respirar mucho más
que un blanco y negro,
los vestidos se desprendían
de sus cuerpos
sin necesidad de nombrarse
a través de las palabras,
tan sólo había que alimentarse
del ávido consuelo
de sus labios tibios,
de sus labios fértiles.
Ellas,
se complacían con el aire
que viajaba por sus rostros,
llenas de libertad
y una fe,
que podía sostenerse
aún con la fuerza del viento
en contra suya.
Una historia que se ha impregnado
en la manta de nuestros domingos
y en el café de las mañanas,
que nos ha invadido el delirio
y hemos terminado enredadas
bajo las sábanas blancas,
asediadas por flores y libros,
contemplando el silencio
y venerando al amor.
