Las cuerdas del violín
iluminaban los pasillos
donde se paseaban,
no había miedo
en sus pasos,
se cobijaban
en el silencio
de sus miradas
y la distancia
del cielo
a la tierra
no la conocían.
La música
salía del tocadiscos
como un amanecer perpetuo,
las sábanas
escondían
el ineludible destino
de sus bocas
que comprendían todo
lo que sus cuerpos sentían.
Y supieron
que ese lugar
eran ellas
para siempre.