Le temía
a mis propias sombras
pero tú las apartabas,
y me sentía a salvo.
Me alejé
de mis miedos
pero tú me decías
que enfrentarlos
era la única forma
de asegurarnos
que no regresarían,
y me sentía a salvo.
Recuerdo
todas las veces
que besaste mi frente,
que lloraste de preocupación,
que cocinaste para mí
y fueron las mismas veces
que me sentí a salvo.
Hoy,
me toca cuidarte
para confesarte
que el amor
que me diste
con actos tan simples
siempre me salvó.
Solo tú podías
hacer que la realidad
no doliera tanto
si estabas ahí
para sanarnos
con un abrazo.
Mamá,
eres la luz
que nunca
quiero apagar.